CARTA A UNA VIEJA ESPOSA

Carta/declaración encargo de un cliente/amigo para sus bodas de oro y que nos dio permiso para compartirla. Esperamos que os guste. 

Hace más de 50 años de aquel día de primavera, en que después de salir de misa de la ermita el día de la romería, nos sentamos a comer juntos por casualidad. Hasta entonces nos habíamos visto, sabíamos el uno del otro, e incluso se puede decir que éramos amigos, ni más ni menos que como con todos los mozos y mozas que nos criamos juntos en el pueblo que nos vio nacer a los dos hace todavía más años. A mí me vio llegar antes que a ti, que aún tardarías tres años en llegar a alegrar esa casa tuya en la que nunca faltaron las penas, aunque siempre supisteis hacerle burla a la vida, e intentar disfrutar de lo poco que os dio en aquellos años de la posguerra. Casa vuestra no era una excepción, en todas sobraban las desgracias y faltaban las alegrías, pero aún así siempre he tenido la sensación que éramos más felices, que disfrutábamos más de las pequeñas cosas de lo que lo hacen ahora que lo tienen todo. 

En aquella comida, en aquel llano a los pies de la ermita, mientras aquel que llamaban Toné de casa molinero cantaba una jota, o lo intentaba porque el orujo le hacía la segunda voz, yo te miré, me miraste, y en esos ojos en los que aún se dejaba ver la niña que aún no había dejado paso del todo a la mujer en la que luego te convertiste pude ver, sin saber como, que los quería ver todos los días de mi vida. Desde ese momento en que las miradas se cruzaron y sin decirnos nada sentimos los dos que algo se movía dentro, algo que no habíamos sentido nunca antes, un calor, unas cosquillas en el estómago. Algo mágico en aquel momento, sin quererlo nosotros, nos unió para siempre. 

Desde entonces ya fuimos uno. Desde aquel día en aquella era de la ermita a la que hemos vuelto cada año, menos cuando me regalaste al pequeño de los 3, que coincidió la fecha y no pudimos subir, hemos pasado muchos buenos momentos, hemos reído y llorado, hemos pasado noches sin dormir pensando en el futuro de los hijos, o en cómo conseguir el dinero que nos hacía falta para pagar lo que cada uno ha necesitado en cada momento. También hemos llorado, pero sobre todo hemos reído, hemos sido felices siendo solo uno desde aquel día en la ermita. No se podía llamar de otra manera la niña que como la Santa que nos unió, y que ha sido siempre el mejor regalo que me ha hecho la vida, mi niña pequeña. 

Si mañana volviera a nacer, y dios me regalase otra vida, aún con las discusiones, con los enfados y con los malos momentos que hemos pasado, no querría pasarla con otra persona que no fueras tú. Algunas veces hemos discutido, hasta nos hemos dicho cosas que luego no nos han dejado dormir, hasta que sin decirnos nada nos las hemos perdonado, pero aunque las palabras alguna vez hayan sido feas, los sentimientos siempre fueron buenos. Siempre he sentido que desde aquel día dejamos de ser tú y yo para ser nosotros. Siempre, desde la primera vez que tus ojos me sonrieron no he temido a nada más que a la idea de que algún día me pudieras faltar. Las primeras veces que nos vimos a solas no sabía que hacer contigo, y ahora llevo 50 años preguntándome que haría sin ti. 

Ahora la vida, y nuestros cuerpos, nos dice que nos queda poco de estar juntos, que ya este viaje, en el que no podría haber tenido mejor compañera, está llegando al fin del trayecto. Si pudiera pedir un solo deseo en este momento de mi vida, querría que nos marchásemos juntos los dos, al mismo tiempo, mirándonos a los ojos como aquel día en la ermita. Solo querría estar seguro de que existe el cielo, y que pasaré la eternidad junto a ti, porque si no estás tú en el paraíso que nos prometieron, preferiría que la promesa fuera mentira. Solo si estás tú, sonriéndome con tus ojos de niña, quiero vivir eternamente.  
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